El sitio incluye una plazoleta para honrar a los trabajadores mexicanos quienes laboraron entre 1942 y 1964 en EE. UU.
Por: Carlos Casillas Gómez
Los Ángeles se convirtió en la primera ciudad del país en honrar a más de cuatro millones de mexicanos que vinieron a trabajar de “braceros”, erigiendo la Plaza del Inmigrante, de 650 metros cuadrados (7 mil pies cuadrados), y el Monumento al Bracero, escultura de tres elementos que mide 5.80 metros (19 pies), inaugurados en septiembre del año pasado.
La plaza y monumento pudieron ser realidad, gracias a recursos que se obtuvieron de tres entidades: 250 mil dólares por parte del condado angelino; 3.2 mdd que el gobierno estatal ejerció en los alrededores con el programa “Mejoramiento de Calles y Banquetas” y otros 200 mil dólares de un desarrollador inmobiliario que construyó cerca del lugar.
A decir de Baldomero Capiz, presidente de la Unión Binacional de Ex braceros, este proyecto tardó siete años en plasmarse desde que lo propuso, con las dificultades que esto sobrellevó: “Nunca logramos que las autoridades mexicanas, ni las de EE UU, quisieran hacer este proyecto con nosotros. Solamente el concejal José Huizar nos apoyó”.
Surgió un espacio en las calles Sprint y César Chávez, el cual vieron con agrado, ya que, comentó Capiz, quedaba inmerso dentro de otras culturas inmigrantes: “Los chinos al frente, japoneses y coreanos por un lado y la comunidad italiana del otro lado. Nuestra visión era estar al centro de ese mosaico cultural; el acercamiento con la comunidad”.
El escultor que ganó la convocatoria para esta obra en donde participaron ingenieros, escultores, y promotores, elegida por un panel de miembros de la comunidad y el Departamento de Cultura y Arte de Los Ángeles, es Daniel Medina, -hijastro de un bracero por cierto-, originario de California.
El diseño se compone de tres piezas; al centro en la parte superior se representa a un bracero con azadón, secándose el sudor, vestido con atuendo común de un jornalero; a su izquierda una madre con su hijo que representa a su familia; y por último en la parte baja derecha, las herramientas usadas para su trabajo.
Las personalidades presentes en la develación de la estatua fueron; el autor Dan Medina; el concejal de Los Ángeles, José Huizar, -hijo y sobrino de braceros-; Baldomero Capiz; Jimmy Gómez, congresista federal; Ma Elena Durazo, asambleísta estatal; Rosy Rodríguez, concejal de Los Ángeles y el cónsul mexicano de Asuntos Políticos, Carlos Insunza.
Alrededor de siete mil personas, entre invitados, curiosos y familiares de braceros, disfrutaron de una exhibición de fotografías; la proyección de un video del “Programa Bracero”; danzas, y música en vivo con las actuaciones de Pedro Rivera; Ozomatli: Los Rieleros del Norte y más amenidades.
El “Programa Bracero” que atrajo a millones de mexicanos
El término bracero identifica “al que trabaja con sus brazos”; así se nombró popularmente al Acuerdo de Trabajo Agrícola Mexicano, que se desarrolló entre 1942 y 1964 por la escasez de mano de obra en granjas, minas y vías férreas, durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y que por ello se firmó un 4 de agosto de 1942.
El programa se disolvió a mediados de los 60, por violaciones a los derechos de los trabajadores; maltratos constantes, míseras condiciones de trabajo y vivienda, bajos salarios, enfermedades y muertes.
En plática con un bracero de la época, Leobardo Villa, originario de Puebla, nos describió su odisea para venir a trabajar en 1955, cuando se enroló en la hoy CDMX: “Un primo y yo nos inscribimos en la Ciudadela, salimos (sorteados) en las listas y teníamos que viajar a Empalme, Sonora. No teníamos ni para los pasajes… nos fuimos con $300 pesos prestados.”
El pueblo pesquero fue el segundo filtro, donde concurrían cientos de miles de mexicanos interesados en emigrar con el programa, y donde por primera vez los revisaba un doctor físicamente.
Enseguida los mandaban a Mexicali en tren, para de ahí pasarlos a pie por la frontera a Caléxico, California lugar donde los desnudaban y llenaban de un polvo en todo el cuerpo; “lo que buscaban era que no llevaras pulgas, piojos”, recuerda don Leobardo.
Enseguida les realizaban otra revisión médica apoyada con aparatos, como exámenes de la vista, rayos x, ecocardiogramas; “Querían gente ‘buenisana’ para trabajar, no gente enferma que al rato ya no va a trabajar”, rememora Villa.
A don Leobardo y su primo les tocó trabajar en una granja de Stockton, Ca., donde les tocó cosechar betabel; en el lugar vivían y comían en barracas que ocuparon los soldados antes de ir a la guerra.
Los contratos siempre fueron de 45 días, pero al renovar por un segundo periodo, “corrieron como la mitad, porque no aguantaron la friega, sobre todo los que no eran campesinos”, comenta Leobardo y nos dice que en esa primera incursión a suelo norteamericano duraron tres meses y luego los regresaron a México.
Tenían posibilidad de regresar a trabajar a EE UU, pero siempre por periodos cortos y los regresaban de nuevo al país, porque el gobierno estadounidense pagaba cuota por cada trabajador que se contrataba: “Imagínate el negociazo del gobierno ‘rentando’ a su gente… y aparte de eso, el 10% que nos ‘chingaron’ de nuestro sueldo”, finalizó.
Un 29 de septiembre de 1942, fue cuando ingresaron por Calexico, los primeros 3 mil “braceros” que desarrollaron la agricultura del país, -incluso sirvió para que las tropas norteamericanas, desplegadas en Europa, se alimentaran con frutas y vegetales cosechadas por mexicanos-, por eso eligieron esa fecha para inaugurar la estatua.
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