COLUMNA INVITADA.
Por Álvaro Vásquez
Luego de que “Downey Latino” publicara mi primera columna, varios amigos me escribieron para hacer algún comentario, y preguntaron también el porqué de su nombre: “Sacudidos por las tempestades”.
El título fue extraído de un poema de Emma Lazarus, que se encuentra en la base de la Estatua de la Libertad, siendo todo él una solidaria invitación al migrante. En uno de sus versos dice:
¡Dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres
Vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad
El desamparado desecho de vuestras rebosantes playas
Enviadme a estos, los desamparados, sacudidos por las tempestades a mí
¡Yo elevo mi faro detrás de la puerta dorada!
Porque… ¿por qué se emigra, si no es por haber sido sacudidos por las tempestades de la vida? Tempestades que pueden haber tomado los ropajes de la pobreza o la enfermedad. Tempestades internas que acicatean al espíritu de los hombres a buscar lo que se esconde al otro lado del mar, más allá de las montañas o al otro lado de la línea del horizonte. Tempestades que ponen a prueba al migrante incluso cuando éste cree haber llegado a destino. Esas tempestades que, alimentadas del dolor de quien busca nuevos caminos, escriben la historia de las naciones y de la humanidad misma.
Quizás por eso la invitación de la Poderosa mujer con una antorcha cuya llama es el relámpago aprisionado, a la que canta Lazarus, haya sido para el migrante tan irresistible como el canto de las sirenas que hubiera obligado a Odiseo a cambiar su rumbo, si el legendario héroe griego no hubiera pedido a sus hombres que lo amarren al palo mayor de la nave y se tapen los oídos con cera.
El faro que alumbraba en el S. XIX al migrante en noche tormentosa se halla en el puerto, que era la entrada natural para quienes entonces le daban a la palabra América el sabor de sus sueños aún incumplidos. Hoy, más de un siglo después de la fraternal invitación inicial, quienes la responden vienen no solo del otro lado del océano, sino del otro lado de la frontera, buscando vencer frustraciones y cumplir sueños en este suelo, con la esperanza puesta en la bienvenida prometida por la Madre de los desterrados. No importa que haya quienes, habiendo sido migrantes antes, y luego de haber enriquecido la historia de esta tierra por generaciones, quieran ahora desoír la invitación centenaria, rechazando a quienes de manera inevitable van dejando también su impronta en estas latitudes.
Porque al final, las mismas tempestades dejan en la playa solo a quienes hayan tenido el coraje de enfrentarse a ellas.